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Por: Eduardo Álvarez

 

Entonces candidato, el hoy presidente Luis Abinader tuvo la valentía y el coraje de informar a toda la nación, días antes de ser elegido, que tanto él como su esposa Raquel Arbaje, se habían contagiado de Covid19. Debo confesar que la noticia me tomó de sorpresa,  y me turbó como parte de su equipo de campaña. Osado movimiento, en tanto improvisado.

 

A pesar de no cuestionar el valor tan noble y sincero de este gesto a la víspera de las elecciones del 6 de julio, debo admitir que me asaltó cierta aprehensión acerca de la forma cómo el electorado iba a tomar la noticia. En ese contexto, ofrecía sus riesgos, no cabe la menor  duda.

 

Pero entre dudar y actuar, siempre he optado y simpatizado por lo último. Sobre todo, si la decisión se ampara en la verdad y la sinceridad. De ahí que inclinara la balanza a favor del anuncio, necesario y sorpresivo,  a pesar de exponer el proyecto presidencial procurado, hoy cristalizado, afortunadamente.

 

¿A qué viene esta ligera retrospectiva?  Probablemente venga al caso, dadas algunas reacciones o diferencias a lo “interno” del PRM, que aún cuando sean naturales, resultan extemporáneas, provocadas por  las manipulaciones, intromisiones y citas fuera de contextos que la contaminan y acentúan. No es difícil develar el complot del PLD contraatacando aprovechando la ocasión para tratar de pescar en río revuelto.

 

Ante lo cual debemos estar alerta, y mostrarnos tan inteligentes como unidos para confrontar y buscar solución a lo interno, como lo haría una familia que se estrena en el poder en un proceso de crecimiento, como lo es el PRM. Ambos efectos demandan madurez y calma por las transformaciones requeridas.

 

Así como el presidente  Abinader supo sortear diversas dificultades, que van desde mantener unido a su partido en torno a su proyecto, hasta superar el transe de un quebranto próximo a los comicios, debemos confiar en su sentido de justicia, prudencia  y ecuanimidad a la hora de dar participación a los hombres y mujeres que estuvieron a su lado y se la jugaron para sacar del poder al PLS, un  monstruo de siete cabezas que no cesa en sus afanes destructivos, devenido ahora en conjura.

 

Nos toca decir, con la misma sencillez y franqueza, propia en Abinader, que tras semana después, la investidura no ha modificado el trato amable y asequible que marcó su estilo político y de hombre de Estado. Sin embargo, la agenda del gobernante impone prioridades que suelen matizar, que no alterar las formas ni proceder. Lo cual es comprensible.

 

 

 

 

 

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