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Por: Rolando Robles

“La primera víctima de la guerra es la verdad”, es una frase que algunos le atribuyen a Hiram Johnson, un político de principios del siglo XX que apoyó al presidente Theodore Roosevelt y que llegó a ser gobernador y senador de California; sin embargo, existe la constancia histórica de que su autor fue el dramaturgo griego Esquilo, que vivió cinco siglos antes de Cristo.

De cualquier modo, la frase implica una denuncia de las atrocidades que se presentan cuando el hombre marcha contra el hombre. Y si aceptamos que la guerra es tan solo una extensión de la lucha política, tal como lo presenta Karl Von Clausewitz, dedicado hombre de armas y filosofo prusiano en su obra cumbre De la Guerra o Vom Kriege, hay que convenir en que, en las campañas políticas, aunque casi nunca hay municiones sólidas como en la guerra misma, si se aprecia una gran pérdida, tan grande como la propia verdad.

Establecida ya la relación entre el título y la famosa frase del sabio griego, paso a presentarles, por qué creo que ya han desaparecido o más bien, “matado” al muy noble sentido común en los discursos partidarios, ya sean espontáneos o asalariados. De pronto lo han convertido en una víctima colateral de una guerra que, para algunos de los participantes tiene carácter de sobrevivencia.

Siguiendo el conocimiento general, se define al llamado sentido común como “la facultad para orientarse en la vida práctica” pero, todos sabemos que también es al mismo tiempo, el sentido común es el menos común de todos los sentidos. Con esta evidente dicotomía, miremos los últimos hechos que la prensa nos recrea como opiniones de los actores políticos principales, de los que están en campaña, hablando a toda hora y de todo lo que se les pueda ocurrir.

De los que están en el Gobierno, hay que admitir que se oyen menos yerros cuando hablan porque ellos saben que “corren el riesgo de que se les censure”, aunque casi nunca es de manera pública. Sin embargo, cada vez que el Gobierno tiene que aclarar algo porque se “mal interpretó un mensaje” es una demostración de que no se habló con absoluta propiedad en el mensaje. En la comunicación pública no se deja espacio para las malas interpretaciones, a menos que no sea a propósito y con otros planes.

Sin embargo, dentro de la oposición, el asunto es mucho más crítico. Primero, porque los resultados electorales de febrero 18, los ha colocado en situación muy calamitosa. Todo parece indicar que no acaban de entender lo que por años estuvieron haciendo. En ese desenfrenado maratón contra la lógica, se han destacado varias figuras, desde el inefable presidente de la FP -que es el único con licencia para opinar- hasta varios dirigentes de menor jerarquía del otrora poderoso PLD.

Empezando por los segundos, se distingue su comandante en jefe, cauto, comedido y por lo general muy bien informado, ha dado cátedra de estoicismo. Danilo Medina sabe “aguantar callado”, su lucha no es contra Abinader y su PRM, que son inalcanzables al día de hoy. Su problema -como el mismo lo definió- es de sobrevivencia; por tanto, solo hay que esperar que la marea baje, para cuantificar las pérdidas y volver a sembrar, claro, si es que hay fuerza de voluntad para empezar un conuco nuevo.

Un par de escalones más abajo hay algunos que hacen gala de una que temeridad verbal que asusta. El primero, el flamante senador por Elías Piña, Iván Lorenzo. Ese sí que es un verdadero “timakle”: “el Gobierno compró 600,000 cédulas de peledeístas para que no pudieran votar por sus candidatos”, dijo ese sujeto, y no se le arrugó ni un milímetro de la cara. Yo pensé que como él viene de una provincia de poca población, no tiene idea clara de lo que significa ese número; es más, yo estoy seguro que él no ha visto la mitad de esa gente en toda su vida. En el país, ni Peña Gómez juntó jamás tal multitud.

A Danilo Díaz, otro de los que no entienden lo que sucedió el 18 de febrero, yo no le hago mucho caso porque él viene fantaseando desde hace tiempo. Yo le perdono las imprecisiones desde aquella vez que las cuentas no le salieron bien con el asunto de unos apartamentos que vendió aquí en Nueva York. Él es flojo con los números, pero no tiene mala fe.

Su gran dificultad al tratar de interpretar mandatos partidarios y reproducir aclaratorias informaciones, es que su jefe y “tocayo” es muy parco -como ya dijimos unos tres párrafos más arriba- y esto limita la materia prima, haciendo muy dificultosa la labor de “minimizar los daños colaterales”, que es la razón de ser del trabajo de “vocero”. En una guerra electoral sin expectativas ni “posibles puntos de inflexión” en el horizonte, solo queda esperar la noche del 19 de mayo.

Ahora, donde se registra la pérdida mayor del preciado sentido común es en el discurso de ciertos comunicadores, convertidos en soldados de fortuna por esa regla inefable del capitalismo llamada Ley de Oferta y Demanda. Yo no digo que resulte ilegítimo y mucho menos indignante, el trabajo de tomar partido por uno u otro sector de los que compiten en los comicios de mayo 19. De hecho, yo estoy alineado con el seguro ganador, y no me siento avergonzado.

Lo que realmente no entiendo es ¿por qué mi amigo tiene que tirar por la borda sus años de conspicuo opinador y documentado relator? Para justificar lo injustificable, mientras se hacen demostraciones imperdonables de ausencia de ese don humano que hemos identificado como “sentido común”. Pero lo que más me duele es que por ello no debo ni pienso renunciar a su amistad.

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