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Por: Rafael Ciprián

 

 

La verdad es que muy pocas personas en el mundo pensaban que Donald Trump perdería las elecciones presidenciales estadounidenses frente a JoeBiden. Ni siquiera los promotores de las encuestas que daban una ventaja deun 10% en las preferencias del electorado al rival del magnate inmobiliario.

 

El alto margen que planteaban generaba la sospecha de que era parte de un buen marketing político para influir en la nación de Abraham Lincoln. Y quedó probada esa intención, porque el candidato demócrata ganó con un margen de un 2.6%. Aunque algunos no podían asegurar que Trump perdería, deseaban que fuera derrotado.

 

Muchos piensan que el inquilino de la Casa Blanca saliente es una ficha de la derecha política. Otros creen que es un fascista rematado. Pero él ni es una cosa ni la otra. Es un megalómano, un habilidoso que se volvió millonario a base de trucos comerciales, tributarios y faranduleros.

 

Gracias a su poder económico, alcanzó notoriedad social y la elevó a niveles políticos que le permitieron convertirse en el presidente de la potencia más grande del mundo. Sin lugar a dudas, es una persona sin escrúpulos, mitómana y capaz de llevarse media humanidad, si le estorba para lograr sus objetivos.

 

Ciertamente, el señor Trump se parece mucho a ciertos y tristemente célebres políticoslatinoamericanos. Para él las personas son cosas que se usan y se tiran cuando no se necesitan. Y todos los que se relacionan con él deben sentirse honrados y orgullosos de servirle, debido a que se cree un dios en la tierra. Su relevancia económica, social y política le confirman esa ilusión.

 

Más aún, sin importar sus desvaríos en el poder, su desacertada política frente a la República Popular China y a Cuba, sus abusivas agresiones a las minorías sociales, su errada política económica, su desprecio por la ciencia, su ignorancia total de la realidad geopolítica, de lo que es un buen gobierno y de lo que son los valores y principios que rigen la convivencia humana, obtuvo 70 millones de votos. Esto es, 8 millones más que cuando compitió con Hillary Clinton. Eso es una señal de lo mal que anda la sociedad norteamericana.

 

El triunfo de Biden ha sido bien acogido en el mundo. Las bolsas de valores más importantes del Planeta reflejaron un repunte muy favorable cuando se supo la noticia de la derrota de Trump.

 

La comunidad dominicana en Norteamérica mostró su alegría por el cambio de gobierno. Salvo algunos matices, Nuestra América tiene poco que celebrar con la victoria de Biden o, si se quiere, con el fracaso de Trump.

 

En la potencia del Norte, el presidente no decide la política internacional, es el complejo industrial-militar, aunque puede imprimirle su estilo. Los demócratas y los republicanos se diferencian solo en la retórica.

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