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Por: Margarita Cedeño. -La próxima dé­cada de la hu­manidad esta­rá totalmente dedicada a re­vertir los efectos adversos generados por la pande­mia del Covid-19. Nos en­frentamos a lo que la CEPAL ha llamado “la paradoja de la recuperación”, que en el caso de América Latina y El Caribe se refiere a que ten­dremos crecimiento econó­mico, pero que persistirán o se acentuarán los proble­mas estructurales de la re­gión: la desigualdad, la po­breza, la poca inversión y la baja productividad.

Se han perdido más de 140 millones en todo el pla­neta, sin embargo, la rique­za mundial ha aumentado un 7.4% debido al crecimien­to de los mercados bursáti­les, la apreciación del sector inmobiliario, las bajas tasas de interés y los ahorros im­previstos como consecuen­cia del confinamiento, según CEPAL. Ese dato constituye una muestra contundente de las grandes brechas estructu­rales que alimentan la des­igualdad social.

En el contexto actual, no podemos conformarnos so­lamente con las cifras pro­yectadas de crecimiento de la economía, que son muy importantes, pero no son suficientes para revertir los efectos de la pandemia, que como ya sabemos, han pro­fundizado las brechas so­ciales, a la vez que han ge­nerado una fuerte presión negativa en áreas fundamen­tales como la educación, la salud y el empleo.

Las perspectivas inmedia­tas para países de renta me­dia como la República Do­minicana son preocupantes. Se vislumbra un aumento en la desigualdad en la dis­tribución del ingreso causa­da por la pérdida del empleo y la reducción de ingresos la­borales, especialmente en los sectores informales de la economía. De igual mane­ra, aumentará la inseguridad alimentaria debido a la afec­tación en la cadena de pro­ducción y a la disminución de los programas de apoyo a la mejora nutricional, caen las cotizaciones en los sistemas de pensiones y aumentarán los grupos vulnerables y las personas en pobreza, en al­gunos casos de manera irre­mediable.

Nuestro país no puede darse el lujo de actuar de for­ma rezagada ante el curso de los acontecimientos. Para re­vertir los efectos de la pande­mia se requiere una planifi­cación adecuada, se necesita el trabajo mancomunado y la suma de voluntades de to­das las fuerzas sociales, para poner en práctica las mejores ideas que permitan enfrentar las consecuencias de casi dos años de restricciones econó­micas y sociales.

No basta con buenas in­tenciones. Mientras se atien­de la emergencia que aún está latente, hay que poner manos a la obra para recons­truir el camino de progreso y prosperidad que recorrimos hasta que sobrevino la reali­dad del Covid-19.

Los desacuerdos políti­cos no pueden ser óbice pa­ra atender los problemas es­tructurales y fundamentales de la población dominicana, por el contrario, en la mesa del diálogo se debe llegar al consenso necesario para salir, como país, de esta situación única en la historia de la hu­manidad.

El consenso de los pensa­dores y figuras en toda Amé­rica Latina y el Caribe es que no se trata solo de volver a un crecimiento económico alto, sino también, de con­tinuar luchando contra las causas estructurales de la po­breza y la desigualdad en to­dos nuestros países y abordar el reto de una región donde se imponga la ingobernabi­lidad, la miseries y la exclu­sión.

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