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Por: Yasmel Corporán

La naturaleza nos azotó de maneras irreparables el pasado fin de semana. Las incesantes lluvias pusieron de manifiesto tantas, pero tantas cosas por corregir que hacer mención de la negligencia de algunas autoridades y de la imprudencia de miles de ciudadanos ante el paso del fenómeno no serviría en lo absoluto para aliviar el dolor y la indignación que causa el saber que 25 personas perdieron la vida trágicamente en medio del diluvio.

República Dominicana, en especial su ciudad capital, tiene un alarmante e inútil sistema de drenaje pluvial y alcantarillado, tiene un serio impasse con el lugar y la forma en la que se están erigiendo las infraestructuras, las cuales se vuelven mucho más propensas a inundarse o, en el peor y ya probado de los escenarios, a colapsar.

Quedó tristemente demostrado que las lluvias torrenciales, vaguadas o cualquier fenómeno de mayor intensidad, constituyen una verdadera emergencia nacional. Entonces, ¿qué vamos a hacer con esto? ¿Dejaremos que la tragedia nos golpee de nuevo?

Por todos los que no volvieron a casa ese sábado 18 de noviembre, por todos los que no podrán abrazar a sus seres queridos otra vez, por aquellos que perdieron su techo y bienes materiales, el Estado no puede dar largas a esta problemática que nos ha afectado desde hace más de 40 años, es una deuda pendiente y una vergüenza con la que cargan varios gobiernos.

Es una situación que no puede ignorar la sociedad hasta que sea subsanada y en la que también tiene parte de responsabilidad nuestras acciones como seres humanos, pues otro punto de reflexión que nos deja lo sucedido hace una semana es la cantidad de basura que no desechamos donde se debe y termina obstaculizando las alcantarillas.

Si bien la fuerza de la naturaleza es en muchos casos impredecible, lo que planteo en estas líneas es completamente mejorable y urgente. El país tiene que priorizar la situación y verse en ese espejo cada vez que nos veamos bajo una amenaza parecida en el futuro.

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